Holocausto

Holocausto es el segundo cuento , del libro "Pedras de Calcutá" escrito por Caio Fernando Abreu. No vamos a redundar en una biografía de nuestro querido poeta brasileiro. Pero no estaría mal decir que es considerado en Brasil como uno de los mejores escritores de estos ultimos años. Efectivamente la pluma de Caio , es la pluma del desamparo humano...definida así su obra por el mismo. Quizás una humanidad vulnerada en el camino que tiende a la espiritualidad; a pesar de que nunca se lleguea ella ni se concreten tales esperanzas. Este cuento (el cuento que más me gusto hasta ahora de todos los que lei... teniendo en cuenta que no soy de leer cuentos) da buena fe de ello.

En aquel tiempo había sol y apenas me dolía un diente. Al principio, solo uno. Podía localizar el dolor orientando tres de mis dedos; índice, medio, pulgar, la extremidades unidas; hasta aquel punto lacerante. Inspiraba hondo. Y cuando expiraba, algunos rayos de sol salían de las extremidades de los dedos y atravesaban la piel de los maxilares y la carne de las encías para ir al encuentro del punto exacto. Después de algunos minutos suspiraba, los músculos se soltaban, las piernas y los brazos se distendían; y mi cabeza se hundía en el césped, con la cara vuelta al sol. Ahora esta oscuro y me duelen todos los dientes al mismo tiempo. Como si un enorme animal herido pasease, sangrando y gimiendo dentro de mi boca. Inspiro, expiro. Pero no pasa nada...

Antes, antes todavía, eran los piojos. Sentía algunos movimientos raros en mi pelo. Pero en aquel tiempo tenia tantos pensamientos nuevos e incontrolables dentro de mi cabeza que no sabia distinguirlos de aquellos otros movimientos, externos, oscuros. Hasta el día en que alguien me toco la cabeza y me di cuenta que tenía adentro aquellas súbitas carreras, aquella efervescencia. Todavía había sol, entonces ese alguien saco afuera, entre las puntas unidas de los tres dedos, aquella pequeña cosa blanca, blanda, redonda, que se contorneaba al sol. Desde entonces, alertado, pase a separar su ebullición, da aquella otra, la de adentro. Algunas veces ellos bajaban por mi cuello, buscando los pelos del pecho, de los brazos, del sexo. Cuando no me dolían más los dientes y cuando había sol, yo los apretaba despacio entre las uñas para después tirarlos por la ventana, a la calle. A algunos se los llevaba el viento. Los otros se reproducían ferozmente, sin que pudiese hacer algo para detenerlos.

Un poco antes, no se, si durante o después, no importa, lo cierto es que un día tuve también ampollas. Aparecían primero entre los dedos de las manos, pequeñas, rosadas. Picaban un poco y cuando las presionaba entre las uñas, liberaban un liquido espeso que se escurría abundante entre los dedos hasta salpicar el suelo. De aquellos valles en medio de la falange, ellas escalaron los brazos y alcanzaron el cuello, donde se bifurcaban en dos caminos: algunas subieron por la cara, otras bajaron por las piernas, llegando a las rodillas y a los pies, donde se detuvieron en la imposibilidad de agujerear la tierra. A medida que avanzaban, se volvían más grandes y picaban con más intensidad. Mis uñas crecidas dilaceraban la frágil piel rosada que escamaba, transformándose en heridas húmedas y lilas. Al principio el sol hacia que se sequen y cicatricen. Pero después él se fue. Y ahora nada las detiene.

También es necesario hablar de los otros. En la casa. Estaba tan absorbido por lo que pasaba en mi propio cuerpo que nada alrededor me parecía suficientemente real. La casa, los otros. Cuando me di cuenta que ellos existían – y eran muchos, doce, trece conmigo- , ya mi cuerpo estaba completamente tomado. Temí que me expulsaran. No teníamos luz eléctrica, el sol se había ido hace algún tiempo, los días eran cortos y oscuros, dormíamos mucho y, cuando encendíamos aquellas largas velas que acostumbramos robar de las iglesias, la llama no era suficiente para que pudiésemos vernos los unos a los otros. Y también hacia mucho tiempo que no nos mirábamos a los ojos.

Hace una semana solamente – como hacia mucho frío y necesitábamos leña para la chimenea- nos vimos obligados a quemar los muebles del piso de arriba. Las llamas enormes duraron algunas horas. Creo que movido por la esperanza de que la luz y el calor pudiesen amortiguar el dolor y secar las heridas, me aproxime lentamente al fuego. Extendí las manos y, cuando mire alrededor, había doce pares de manos más extendidas al lado de las mías. Las doce pares de manos estaban llenas de heridas húmedas y violáceas. Todos las vieron al mismo tiempo, pero nadie grito. Me gustaría haber podido mirarlos en el fondo de los ojos. , de haber visto en ellos cualquier cosa como compasión, paciencia, tolerancia, o amistad, o quizás amor. No tengo la certeza de haberlo conseguido. En verdad no se si estoy ciego. Tengo lastimaduras alrededor de los ojos, las cejas y las pestañas efervecen de piojos. Los dientes hincharon mi cara tanto que los ojos se estrecharon y recularon hasta volverse casi invisibles. Supongo que los ojos de todos ellos también estén así. Supongo también que sus pensamientos habían sido iguales a los míos, porque cuando la ultima madera chispeo en el fuego y se consumió, haciendo volver el frío y la oscuridad, nos acercamos lentamente los unos a los otros y dormimos todos así, acurrucados y confundidos. Por la noche creo haber escuchado algunos gemidos. Y me quede pensando si era verdad que todavía sufríamos.

La noche siguiente quemamos todos los muebles del piso de abajo. Las noches posteriores quemamos los muebles de este único piso que queda. Como el frío no cesaba, quemamos después las paredes, las escaleras, las alfombras, los objetos de baño, de la cocina, los cuadros, las puertas y las ventanas. Llego un momento también en el que tuvimos que quemar los libros y nuestras ropas. Pude encontrar un movimiento interno en mí en el momento en que queme aquella cinta azul. La guardaba hacia mucho tiempo. Era de una chica pelirroja que la arrojo para mí, en el parque, como quien arroja un oso a un perro hambriento. Mi mano estremeció cuando la tire al fuego. Tuve ganas de gritar e intente agarrarla con la mano más próxima. Pero ella retrocedió como si tuviese asco. Entonces agarre mi propia mano y me quede sintiendo entre los dedos la humedad de las heridas.

Hoy es el día en que no tenemos nada más que quemar. Todavía había algunas cartas antiguas, y son las que están quemando ahora. Estamos mirando las llamas y pensando que cada noche puede ser la ultima. Hace poco un pensamiento cruzo mi mente, talvez la mente de todos: creo que cuando esta ultima llama se apague uno de nosotros se tendrá que tirar al fuego. Cuando pensé eso, mi primera reacción fue miedo. Después me pareció que seria bueno. Los piojos morirían quemados, las ampollas reventarían con el calor, el fuego cicatrizaría todas las heridas. Los dientes no dolerían más. No nos hablaremos, no nos miraremos dentro de los ojos. Apenas uno de nosotros trece hará el primer movimiento, se tirara al fuego, calentara a los otros por algún momento, después se volverá ceniza, y después uno más, y otro más. Como un ritual. Un juego de niños, de esos en que un niño entra en la ronda, dice un lindo verso, dice adiós y se va. Ya no somos niños y desaprendimos a cantar. Las cartas continúan quemándose. Intente pensar en Dios. Pero Dios murió hace mucho tiempo. Tal vez se haya ido con el sol, con el calor. Pensé que tal vez el calor, el sol y Dios pudiesen volver de repente, en el momento exacto en que la ultima llama se extinguiera y alguien dibuje el primer gesto. Pero ellos no volverán. Seria lindo, y las cosas lindas ya no suceden más.


Aprete mis sienes con aquellos tres dedos unidos. Entonces intente pensar que no estaba más aquí: estuve allá, hace algún tiempo. Como si ya hubiese pasado. Pero no paso. Todavía estoy aquí. Tal vez en un rato llore, o grite o salga corriendo. Nuestros cuerpos están muy cerca. Cambiamos nuestros piojos, nuestras ampollas. Si nos besáramos cambiaríamos también los grandes animales sangrientos de nuestras bocas. Tal vez apenas aparte esos brazos y piernas que enredan mis movimientos y haga el primer gesto en dirección al fuego. En un rato.


Nota: Recomendamos leer el texto original ya que sin duda frente al idioma propio del autor, se esta interactuando directamente con él y no mediante traductores chantas como es Antonio Vella un poeta tránsfuga que recita sus versos paraplejicos en las más desoladas y siniestras paradas de bondi y que mal que nos pese, es el unico que (con más dificultad que talento) tradujo este cuento.



3 comentarios:

estani.germinal dijo...

lei todo, pero soy malo leyendo cosas largas en internet :s

Seb dijo...

caio fernando .. que lindo el !

Daniel de Witt dijo...

Gracias por tu visita y tus comentarios. Hay varios sitios donde podés leer cosas sobre Cuba.
En www.rebelion.org hay una entrevista a Ricardo Alarcón, importante funcionario cubano, que da datos muy interesantes.
Otras páginas:

www.cubavsbloqueo.cu
www.cubaminrex.cu
www.cuba.cu

Saludos.