Desde las tripas

No es más que por la indignación apenas dominada y contenida por las limitaciones que la maquina de la realidad impone, que escribimos, actualizando después de mucho tiempo, nuestro abandonado blog, que esperamos, pronto pueda tener una continuidad como espacio.
Desde la última vez que se actualizó hasta hoy, han sucedido numerosas cosas importantísimas que a pesar de merecer opiniones no las hemos materializado aquí, sólo hemos testimoniado algunas similares a las nuestras, desde otros blogs como Mundo Perverso, o Anarko-peronismo. Pero dejando de lado este formal y pacato exordio, decíamos que volvemos a escribir, esta vez, desde las tripas.
Dando por saldadas algunas discusiones, digamos que de la derecha uno se espera siempre lo peor; pero siempre idealizamos a la derecha como un avance de políticas de exclusión desde las instituciones, como un sector que enquistado en el poder público, no ve más allá de sus intereses, y no resuelve nada que no tenga que ver con ellos. “Ahora: es una visión muy ingenua de la derecha” dice un amigo tomando mate con un libro del Che en la mano. En muchos sentidos sí, respondemos nosotros, pero demos por sentado esto por más que sea discutible: desde la vuelta de la democracia la derecha a golpeado (con o sin traición) al pueblo mediante las instituciones que fueron construidas y gestionadas para atender sus necesidades y preservar su futuro.
Bien, vean ustedes cuánto dura la ingenuidad, cómo se desvanecen las observaciones concesivas. Hace un par de semanas fuimos anoticiados por varias cadenas televisivas de la construcción de un muro que separaría la horqueta (San Isidro) de Villa Jardín (San Fernando) a la orden del intendente y muy señor Posee, que luego de defender la edificación del mismo para “proteger a los vecinos de hechos delictivos” se rectificó viendo el amplio repudio mediático y político que recibió su repugnante medida “de seguridad”. Afortunadamente los vecinos de Villa Jardín, con la fuerza democrática que les corresponde, rompieron y dieron sepultura a tan nefasta murallita. Funcionarios de todos los colores salieron a desentenderse públicamente de este tipo de políticas, criticando y repudiando a Posee, que ahora estará solo levantando una pared en el jardín de su casa.
Aplacado el ultraje a la voluntad popular, volveríamos al tópico inicial. Sin embargo, este vuelve a desmoronarse cuando nos enteramos de la existencia de un grupo de tareas dependiente del Ministerio de Ambiente y Espacio Público de la ciudad de Buenos Aires, que no tiene otro objetivo que el de amedrentar con la violencia física a aquellos que solo tienen la libertad de dormir en la calle, aunque la brutalidad de la UCEP les haga saber lo contrario.
Con el tópico de “Recuperemos el Espacio Público” y al amparo de sombras nocturnas, una horda de matones procede a desalojar indigentes a los golpes, amenazando con quemar (sino quemando directamente) los cartones, diarios o demás objetos miserables que serían la más de las veces, el único patrimonio de esta pobre gente.
Si esto no es repudiable de por sí, se tenga el color político que se tenga, tenemos un problema grave que debería alistarse mucho antes que la inseguridad o el dengue.
Este Ministerio no solo no cumple con las tareas que el mandato electoral le asignó, como por ejemplo, el saneamiento del riachuelo, cuya polución contagia o castiga con la enfermedad a millones de personas hacinadas en las villas miseria que lo costean, sino que además sustenta económicamente la violencia directa a los más desamparados, dejándolos gráficamente, sin espacio físico. Nadie diría que la calle es un lugar, una opción para vivir; cuando pensamos que no tenemos dónde caernos muertos nos imaginamos durmiendo en la calle o en una plaza; pero la bestialidad con todos sus matices y el odio en toda su expresión nos obligan a pensar que ni siquiera esa posibilidad existe.
No alcanza con mantener enrejadas las plazas, con desalojar a los cartoneros después de sacarles el tren blanco. “No, eso se hizo a favor de la recuperación del espacio público con absoluta legalidad” nos dice un ferviente joven Pro. Bueno. ¿Y Esto? ¿No sería más legítimo incendiar el Ministerio de Ambiente y Espacio Público o tomarlo para que puedan vivir ahí todos los indigentes desalojados, golpeados, vueltos sus cuerpos en carne despreciable e inhumana por estas instituciones? Insisto, esto va más allá de los colores políticos, tenga el consenso que tenga la derecha estoy seguro de que nadie votó a estos orangutanes para que este grupo de tareas exista; y si alguien así lo hizo o esta de acuerdo con hacerlo, “que se corte un dedo” (Sandro dixit) o se vaya a Europa; en nuestro país la democracia se consiguió con el sudor y nadie hace lugar a esta salvajada propia de señoritos tan civilizadores.
Vale decir que el resultado de denuncias judiciales que se han hecho al respecto es el silencio absoluto de los referentes porteños. Al mismo tiempo que algunos medios (como el gran diario argentino) tienen quizás otras prioridades de tapa. La impunidad se fortalece donde no hay ojos para ver o monopolios mediáticos que hagan de anteojos de sol.
Estaría bueno que los que votaron a Mauricio repiensen un poco las cosas. Que los que dan talleres de ciudadanía no enseñen sólo las cuestiones técnicas (meter la boleta en un sobre y arrojar este en la caja electoral) sino a quién se vota, qué antecedentes políticos tuvo, dónde esta el maquillaje de campaña. Claro que lo ideal seria, en definitiva, nutrir de mayor educación al pueblo, aunque difícilmente esta sea un objetivo de la clase gobernante. Recordemos que los mismos asesores de campaña de Macri dicen: “apuntamos al votante menos instruido”.